La influenza, o más exactamente la
gripe española, dejó su huella de devastación, tanto en la
historia del mundo como en la de Estados Unidos. El asesino
microscópico dio la vuelta al mundo en cuatro meses, y cobró más
de 21 millones de vidas. En Estados Unidos murieron 675.000 personas
por causa de la gripe española —más víctimas que en la Primera y
la Segunda Guerras Mundiales, la guerra de Corea y la guerra de
Vietnam juntas. Las compañías farmacéuticas trabajaban día y
noche para producir una vacuna, pero el virus desapareció antes de
que se pudiera siquiera aislarlo.
El libro America's Forgotten Pandemic:
The Influenza of 1918 , de Alfred Crosby, narra, desde una
perspectiva estadounidense, la escalofriante historia de la epidemia
de gripe más mortífera del mundo, y además presenta muchos
detalles del alcance internacional de la epidemia. El libro se
publicó por primera vez en 1990, pero luego del surgimiento del
síndrome respiratorio agudo severo (SRAS), a comienzos de este año,
volvió a publicarse en rústica en septiembre con un nuevo prefacio.
El libro de Crosby y otras publicaciones acerca de la pandemia de
1918 (véase recuadro al final) son lecturas ilustradoras —aunque
alarmantes— ahora, cuando comienza la nueva temporada de gripe en
el hemisferio norte.
A pesar de su nombre, los
investigadores creen que lo más probable es que la gripe española
se haya originado en Estados Unidos. Uno de los primeros casos
conocidos ocurrió el 11 de marzo de 1918, en la base militar Fort
Riley, Kansas. Las condiciones de hacinamiento y falta de higiene
crearon un caldo de cultivo fértil para el virus. En una semana
habían ingresado al hospital del campo 522 hombres aquejados de la
misma influenza grave. Poco después, el Ejército informó de otros
brotes similares en Virginia, Carolina del Sur, Georgia, Florida,
Alabama y California. Los buques de la Marina, anclados en los
puertos de la costa este, también notificaron brotes de influenza y
neumonía graves entre sus hombres. La gripe parecía atacar a los
militares y no a los civiles; debido a eso, el virus quedó opacado
en gran parte por otros hechos más candentes que estaban de
actualidad, como la Ley Seca, el movimiento de las sufragistas y las
sangrientas batallas en Europa.
En mayo de 1918, la gripe empezó a
ceder en Estados Unidos. Pero el sufrimiento no acababa allí. Los
soldados de Fort Riley, ya listos para la batalla, incubaron el virus
durante su largo e incómodo viaje a Francia. Al pisar las playas
francesas, el virus explotó y atacó con igual fuerza a las tropas
aliadas y a las del Comando Central. Los estadounidenses caían
enfermos con "fiebre de tres días" o "la muerte
púrpura". Los franceses contraían "bronquitis purulenta".
Los italianos sufrían la "fiebre de las moscas de arena".
Los hospitales alemanes se llenaban de víctimas del Blitzkatarrh o
"fiebre de Flandes".
Sea cual fuere el nombre que se le
daba, el virus atacaba a todos por igual. Las autopsias mostraban
pulmones endurecidos, rojos y llenos de líquido. Al observarlo al
microscopio, el tejido de un pulmón enfermo revelaba que los
alvéolos, las células de los pulmones que usualmente están llenas
de aire, se hallaban tan saturadas de líquido que las víctimas
morían ahogadas. La asfixia lenta empezaba cuando los pacientes
presentaban un síntoma singular: manchas de color caoba en los
pómulos. Luego de algunas horas, tenían un color negro azulado, que
indicaba cianosis, o falta de oxígeno. Cuando se hacía el triaje de
cientos de pacientes, las enfermeras solían verles los pies antes
que nada. Los que ya tenían los pies negros se consideraban
desahuciados y eran apartados para dejarlos morir.
Lo más desconcertante fue que este
virus atacaba principalmente a adultos sanos y fuertes. La gripe
española cambió todos los patrones.
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