
Si bien existieron inicialmente varias teorías sobre el origen de dicha enfermedad, los distintos investigadores llegaron a la conclusión que la primera cepa de la gripe nació en Norteamérica, más precisamente en la base militar de Fort Riley, Kansas. En esa localidad se registraron los primeros 500 casos; las condiciones de hacinamiento y falta de higiene crearon un clima propicio para la incubación del virus. Pero los asuntos de la guerra no se detenían y aquellos soldados apostados en Fort Riley marcharon hacia tierras europeas. Al llegar a Francia el virus explotó. De ahí se propagó por el norte hasta Noruega, luego a China, India y hasta Nueva Zelanda. En cuatro meses dio la vuelta al mundo. Vemos así cómo la gripe pasó rápidamente de ser un mal endémico a una verdadera pandemia.
Al principio nadie sabía de qué se trataba. Muchos pensaron en dengue, cólera o fiebre tifoidea. La velocidad inusual con que este virus atacaba hacía que el desconcierto fuese total; así, nos cuenta una investigación de la Organización Panamericana de la Salud, los estadounidenses caían enfermos por la “fiebre de los tres días”, los franceses de “bronquitis purulenta” y los italianos con la “fiebre de las moscas de arena”. No importaba el nombre realmente: todos presentaban los mismos síntomas.
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