miércoles, 23 de mayo de 2012

libro: la reacción social ante la gripe española parte 9


Sólo la fuerza de los hechos indujo en su momento a
los periódicos madrileños a incluir breves noticias de las
provincias. No existió apenas una acción coordinada y
mucho menos eficaz de los gobernantes del país. Para
entonces sólo se disponía de una Instrucción General de
Sanidad, nacida en 1904. Allí se decía, por ejemplo, que los
médicos debían declarar obligatoriamente la presencia de un
paciente de cualquier enfermedad infecciosa ante el
inspector municipal. Pero esto se hacía muy raramente por
cuanto la mayoría de los casos, al menos en los primeros
meses, recibieron tratamientos caseros y ni siquiera fueron
llamados los médicos a consulta.
Cuando, aún así y sobre todo en la segunda oleada de
gripe, el médico tenía tiempo para registrar el caso tratado,
éste llegaba a los inspectores médicos de cada municipio, es
decir, el médico o médicos titulares del mismo. Pero estos
tenían su labor mediatizada por la autoridad municipal, en
suma, el alcalde, que podía estar interesado o no en que se
conocieran tantos casos de enfermedad. La dependencia
llegaba hasta el extremo de que, en no pocos casos, el
médico titular no conseguía cobrar sus haberes porque el
alcalde no lo tenía a bien.
Los informes de este inspector médico llegaba
finalmente a una Junta Municipal de Sanidad que podía
elevarlos a la superioridad o no, dando los primeros pasos
en la declaración oficial de epidemia. Con todos estos
trámites condicionados a la voluntad política del alcalde y
sus concejales, no es extraño que muchos médicos murieran

a lo largo de la epidemia sin que sus viudas, como estaba
previsto en la ley, pudieran cobrar compensación económica
alguna dado que en aquel municipio no se había declarado
oficialmente el estado de epidemia, condición
imprescindible para el cobro.
Todo ello tenía su raíz en la consideración de la
Sanidad como un tema dependiente, nada menos, que del
Ministerio de Gobernación. Algo así como hacer de la salud
de los españoles una cuestión de orden público.
Precisamente, una vieja reivindicación médica era el
establecimiento de un Ministerio de Sanidad que no vería la
luz hasta tiempo después.
El gobierno, ante la situación planteada en Madrid,
consultó en primer lugar a la Real Academia de Medicina,
que debía determinar la gravedad y extensión de la
enfermedad. A partir de su informe la Junta municipal de
Sanidad determinaba el carácter de epidemia o no. En esa
labor estaba apoyada técnicamente por el Laboratorio
municipal del Dr. Chicote, farmacéutico, que tendría un
gran protagonismo a lo largo de los meses en que transcurrió
la gripe en Madrid.
Pues bien, lo primero que intentaron los miembros
de la Real Academia de Medicina y el jefe del Laboratorio
municipal, es determinar la etiología de la gripe, su causa
médica. Ahí empezaron los problemas que se extenderían a
lo largo del tiempo sembrando el desconcierto y la duda
sobre si era gripe u otra enfermedad desconocida, cuál era el
agente causante y, en consecuencia, qué tratamiento

resultaría más eficaz para combatirlo e incluso preverlo, vía
una nueva vacuna.
“La epidemia actual de Madrid es de una
enfermedad clínicamente parecida a la gripe.
Desde el punto de vista bacteriológico, no se ha
comprobado, en los casos en que se ha hecho la
investigación, la presencia del bacilo de Pfeiffer,
productor de la gripe auténtica: se han
encontrado por el doctor Falcó otros gérmenes
que habitualmente producen estados agudos
parecidos al de ahora, sin que se pueda asegurar
por el momento cuál sea el responsable” (La
Época, 23.05-1).
Esto declaraba el doctor Marañón, apenas unos días
después de que se constatara la rápida extensión de la
enfermedad por la población madrileña. La búsqueda del
bacilo de Pfeiffer se extendería por largo tiempo sin que
fuera hallado en las secreciones de los enfermos más que
excepcionalmente. Esto desorientó a los médicos de entrada.
Desde su descubrimiento en 1892 por el bacteriólogo
alemán Richard Pfeiffer, se consideraba a este bacilo, luego
denominado Haemophilus influenzae, como el verdadero
causante de la gripe. El no encontrarlo hacía dudar sobre si
aquello era realmente gripe u otra nueva dolencia infecciosa
de síntomas semejantes a los gripales.


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