miércoles, 23 de mayo de 2012
libro: la reacción social ante la gripe española parte 11
La epidemia de gripe parecía benigna, pese a su
explosividad y capacidad de un rápido contagio en Madrid.
Algunas de las estimaciones dadas por los médicos
indicaban que esta ola epidémica había empezado en
algunos cuarteles hacia mediados de mayo. La primera
noticia periodística alertaba de la situación el 20 de aquel
mes, algo de lo que se hicieron eco todos los demás diarios
madrileños en los días siguientes. Para el 28 de mayo los
contagiados llegaban a las cien mil personas, de manera que
el 1 de junio hubo quien estimaba en 250.000 las personas
afectadas por la gripe sólo en Madrid, es decir, casi la mitad
de la población.
Sin embargo, aunque el carácter benigno aliviaba la
urgencia de la situación e incluso permitía bromear sobre el
estado sanitario de la capital, algunos alzaban la voz para
recordar cómo empezó, igualmente benigna, la epidemia de
gripe de 1889-90 para desembocar posteriormente en un
aumento apreciable y dramático de la mortalidad. Lo que
bien podía repetirse, venían a decir, al objeto de que las
autoridades no bajaran la guardia.
Efectivamente, en octubre de 1889 llegó a toda
Europa, procedente de Rusia, un virus que atacó en el mes
de diciembre a España, para extenderse en el primer
trimestre de 1990 por todo el mundo. Esta pandemia empezó
de la misma forma que la de 1918 para agravarse
súbitamente causando una mortalidad que nadie quería
pensar que se repitiese, mucho menos que fuese aún mayor
que aquella, como lo sería en los siguientes meses.
Desde el principio, hubo una falta de armonía entre
el conocido cuadro clínico de la gripe, que se presentaba con
ligeras variantes en todos los casos examinados, y el origen
de la epidemia. En cuanto a los síntomas, existía un general
acuerdo en que fueran los descritos, por ejemplo, por el
doctor Sáenz y Criado:
“En la mayoría de los enfermos se presentan
vómitos, tos seca, opresión al respirar, dolor de
cabeza fuerte… en algunos hemorragias nasales,
en otros diarreas. A estos síntomas locales
acompañan dolores en las articulaciones y en los
músculos, sobre todo en los de la espalda y en la
región de los riñones, donde suelen adquirir
mayor intensidad, decaimiento de fuerzas que,
en ocasiones, llega a una gran postración, fiebre
alta, poco duradera habitualmente. Los síntomas
expresados son los característicos de la gripe.
Esta infección es esencialmente congestiva,
ocasiona gran depresión del sistema nervioso y
provoca dolores contusivos en casi todo el
cuerpo, por los cuales y por el decaimiento de
las fuerzas, los andaluces calificaron de
‘trancazo’ a esta enfermedad”
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