miércoles, 23 de mayo de 2012
libro: la reacción social ante la gripe española parte 12
La forma de combatir sus efectos se limitaba (como
actualmente, salvo por el hecho de disponer de una vacuna)
a paliar sus síntomas proporcionando productos como la
quinina, que provocase el sudor del paciente al tiempo que
bajaba la fiebre, aislándolo, aireando la atmósfera donde
reposaba, proporcionándole una buena alimentación donde
no podía faltar la leche y el zumo de limón. Poco más se
podía hacer. Algunos médicos insistían en administrar al
enfermo productos farmacéuticos que previesen otras
infecciones asociadas.
El que engendraría mayor polémica fue,
probablemente, el suero antidiftérico. Encontramos la
primera referencia por parte de un médico militar, el doctor
Valderrama, que el 10 de junio publica un artículo donde
recomienda encarecidamente el suero Roux antidiftérico,
considerándolo un antitóxico que combate particularmente
la forma gripal broncopulmonar.
“Hace ocho años escribí en estas columnas un
articulito, con el epígrafe ‘Tratamiento de las
pulmonías gripales en el hospital de
Carabanchel’. Decía que me limitaba a
administrar el suero Roux, dieta láctea y algunas
copas de jerez; éste es el tratamiento que sigo
actualmente en todos mis enfermos, con
resultados brillantísimos”
Sin embargo, en el momento en que la epidemia
mostraba su benignidad (no exenta de alguna mortalidad,
aunque escasa y atribuible a complicaciones en pacientes
previamente en mal estado), la discusión mayor trataba del
bacilo de Pfeiffer. A primeros de junio las opiniones
médicas divergían. Estaba claro que, de los exámenes de
laboratorio efectuados, se deducía que el famoso bacilo no
estaba presente más que en muy pequeña proporción.
Algunos aducían que las pruebas eran insuficientes y los
métodos de laboratorio limitados. Téngase en cuenta,
afirmaban, que el bacilo de Pfeiffer no es fácilmente
detectable. Se daba la circunstancia de que, debido a la
benignidad de la epidemia y sus tratamientos caseros, los
pacientes se negaban a ser sometidos a otro examen que el
de sus secreciones, sin dejar que ningún médico les tomase
muestras de sangre.
Cuando los análisis aumentaron en número y calidad,
la “invisibilidad” del bacilo de Pfeiffer se achacó a que
podría ser una variante desconocida la que protagonizaba la
nueva epidemia, variante que supuestamente sería más
difícil aún de localizar. Algunos recordaron que el mismo
bacteriólogo alemán no encontró su propio bacilo en una
nueva epidemia de gripe en 1895. Naturalmente, una
explicación basada en un agente fantasmal y desconocido no
podía satisfacer a nadie.
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