Así, por ejemplo, se indica que las
autoridades españolas tardaron más de cinco meses en declarar
formalmente la epidemia y los servicios de salud se vieron
desbordados por el elevado número de casos.
La suspensión de actividades se hizo
sin criterio, según los investigadores, ya que el curso escolar y el
universitario se cancelaron pero otras actividades, como los
servicios eclesiásticos o los teatros y cines, continuaron.
La ciudad de Zamora fue una de las que
registraron una tasa de mortalidad más alta, con un pico de un 10,1%
en octubre de 1918. A ésta le siguió Burgos. La mayor incidencia de
muertes en estas ciudades está relacionada, según los autores, con
el culto religioso. En Zamora, las autoridades de la Iglesia Católica
indicaron que "el mal podría ser una consecuencia de nuestros
pecados y falta de gratitud, la venganza de la eterna justicia ha
caído sobre nosotros". Por este motivo, organizaron actos
reliosos masivos en la catedral de esta ciudad, lo que contribuyó a
la expansión del virus.
Muchos pueblos pequeños quedaron
aislados y sin asistencia sanitaria al morir los médicos y no ser
reemplazados. En otros casos, fueron estudiantes de medicina los que
sustituyeron a esos facultativos.
Debido a la alta mortalidad, los
servicios funerarios también se saturaron. El alcalde de Barcelona
tuvo que pedir ayuda al ejército para transportar los ataúdes.
Incluso se llegaron a modificar algunas leyes para facilitar el
enterramiento lo antes posible y no dos o tres días después del
funeral como estaba establecido según los cánones católicos.
Incluso el toque de las campanas, como anuncio de un funeral, fue
prohibido en algunos pueblos para evitar más pánico y
desmoralización de sus habitantes.
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