miércoles, 23 de mayo de 2012

libro: la reacción social ante la gripe española parte 33


Este periódico, de carácter republicano, tomó este
hecho para ejercer una severa crítica al Gobierno, habida
cuenta de que en aquellos momentos los políticos
conservadores (Dato, La Cierva, etc.) discutían sobre
necesarias reformas militares. Incluso se atrevía a levantar la
voz afirmando que esas reformas empezaban por las
condiciones de vida en los cuarteles y, mientras estos
mostraran tales debilidades, no era procedente siquiera
sostener una guerra en Marruecos.
Mientras tanto, la gripe se extendía por el norte de la
Península, aún con algunos brotes importantes en Granada o
Cádiz, casi siempre en referencia a los acuartelamientos de
la zona donde llegaban quintos desde lugares alejados. Las
noticias se sucedían, siempre apuntando a la meseta
castellana, a Levante y Galicia. Así será durante los
siguientes meses también, particularmente en octubre, el de
mayor mortandad en la Península. Cuando se leen las
crónicas de la época se encuentra que las informaciones
viven el día a día, abrumadas por los telegramas que llegan a
las redacciones desde los lugares más alejados y dispersos,
informando de cientos de afectados, decenas de muertos.
Resulta casi imposible tener una perspectiva general de lo
que estaba sucediendo, algo que sólo daría el tiempo y cuyas
conclusiones expondremos en estas páginas para mejor
comprensión del lector.
Pero la sensación ante esa lectura debía ser la alarma
permanente y, con ella, el miedo. Afortunadamente para
Madrid y las grandes poblaciones (salvo el caso de

Barcelona), esta segunda oleada afectó relativamente poco.
En el mes de septiembre, con todas las alertas funcionando,
se constataba la presencia de gripe en el Hospital Militar de
Carabanchel. Por otra parte, los que enfermaban y hasta
morían, solían ser personas recién llegadas a la capital desde
lugares infectados. Nadie parecía extraer la sencilla
conclusión (más evidente aún en el caso de los militares) de
que los nuevos infectados eran precisamente aquellos que no
lo habían sido en la primera oleada de gripe.
A esta nueva virulencia se unía el hecho de que la
segunda oleada afectaba sobre todo al mundo rural, el que
por su número más escaso de habitantes o su aislamiento,
había vivido en primavera ajeno a la incidencia de la gripe
en las capitales. Por otro lado, la falta de higiene, medios
desinfectantes, educación sanitaria y hasta médicos
presentes, era notoria. Muchos pueblos, atacados
fuertemente por la epidemia, exigen en los diarios, piden y
hasta imploran, ayuda médica a los gobiernos provinciales,
impotentes en muchos casos para atender todos los pedidos.
Al mismo tiempo, las familias vivían en unas condiciones
deplorables, no sólo en cuanto a nutrición sino sobre todo en
higiene.

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