miércoles, 23 de mayo de 2012

libro: la reacción social ante la gripe española parte 55


Tras un mes de octubre en que todos los diarios
registraban noticias provinciales sobre el alcance de la
epidemia y las primeras páginas se llenaban de terribles
relatos de abandono, desesperación y muerte, en noviembre
hay, en cambio, un número muy escueto de noticias
reservadas generalmente para las últimas páginas.
Actualmente se recuerda la gripe española como la
más terrible pandemia del siglo XX en todo el mundo. Los
índices de mortalidad no eran muy elevados respecto a otras
lacras sanitarias como el cólera o el tifus, incluso la
tuberculosis pulmonar, pero su capacidad de contagio por
vía aérea era tan alta que se calcula en algo más de la mitad
de la población mundial la que resultó contagiada, de la cual
llegaron a morir alrededor de 50 millones de personas.
Sobre estas cifras se ha discutido bastante dado que
los registros eran deficientes o incluso inexistentes en
muchos países, los diagnósticos no siempre resultaban
acertados en esos casos y, como hemos visto en España, los
enfermos, la mayoría de las veces, no eran declarados como
tales por no ser visitados siquiera por médicos.
Dos años después ya se calculaba (Edwin Oakes) que
las muertes habían llegado a los 21,5 millones pero eso no
cuadraba con las cifras de Ian Mills, por ejemplo, que
registraba unas 18 millones de muertes sólo en la India. En
España se jugaba también con las estadísticas, declarándose
durante el mes de diciembre que las muertes de los últimos

meses habían sido poco más de siete mil, cuando en realidad
habían sido muy superiores. La cuestión es que los
españoles estaban sujetos a múltiples enfermedades
infecciosas como la viruela, neumonía, tuberculosis, difteria,
etc., muchas de ellas acabadas en muerte. Se sabía
sobradamente que la gripe en sí no mataba sino sólo en
cuanto provocaba otras enfermedades del aparato
respiratorio, particularmente la neumonía. Bastaba desligar
las muertes causadas por esta infección para que las
referentes a la gripe bajaran en picado en las estadísticas
oficiales.
La morbilidad, pues, ha sido estimada
posteriormente, para dar una visión global del efecto de la
pandemia. Patterson y Pyle, en 1991, elevaban la cifra
mundial a una cantidad alrededor de los 30 millones
mientras que, aún más recientemente, Taubenberger y
Morens estiman en 500 millones los infectados con una tasa
de mortalidad de un 10 % para totalizar unos 50 millones de
muertes causadas directa o indirectamente por la gripe.
La mayor ligereza de los comentarios encontrados en
el mes de noviembre no debe llamarnos a engaño. Los
contemporáneos se daban cuenta de que había una gran
mortalidad, incluso criticaban las bromas presentes en
primavera en torno a una afección gripal que parecía
benigna. Recordaban frecuentemente la pandemia de 1889-
90 que obró de la misma forma: una entrada no alarmante y
un agravamiento posterior de alta mortalidad. Pero se
observa también un deseo de pasar página, un descenso de

la sensibilidad hacia la tragedia vivida en tanto formaba
parte de un conjunto de tragedias a las que los españoles
estaban habituados: hacía pocos años tuvo lugar una
epidemia de tifus de alta mortalidad entre la población,
además de los frecuentes fallecimientos por todo tipo de
infecciones. Se comentaba con cierta amargura que España,
dada su pobreza sanitaria y sus malas condiciones
higiénicas, estaba sujeta a enfermedades infecciosas que casi
resultaban superadas en el extranjero, particularmente en
Francia, donde los médicos del Instituto Pasteur
proporcionaban los medios para que la vacunación de esas
enfermedades cediera en su mortalidad.


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