miércoles, 23 de mayo de 2012

libro: la reacción social ante la gripe española parte 31


Y luego se hacen dos reflexiones que salpicarán las páginas
de los periódicos durante esos días:
“La circunstancia de carecer de agua los cuartos
de aseo y retretes de los cuarteles de la Granja y
el hacinamiento de reclutas en los dormitorios,
pueden ser causas que expliquen el enorme
número de bajas habidas en el batallón de
Saboya allí acuartelado, y como es imposible
acamparlos en tiendas, pues el frío haría
seguramente más víctimas, no hay otra solución
que licenciar a los sanos y quedarse allí con los
enfermos”.

La gestión de la epidemia en este cuartel no quedaba
exenta de críticas. “La Época” del día 24, bajo el título “La
Granja. El veraneo termina un poco precipitadamente”
comentaba el hecho de que, en un cuartel habilitado para
600 hombres hubiese 1.000. Lo peor, de todos modos,
además de las condiciones higiénicas que se calificaban de
“propias de los tiempos de Fernando VII”, es el hecho de
que los reclutas hacían su instrucción, no en los cercanos
bosques de Valsaín, o en la Pradera del Hospital, sino por
las mismas calles de la población, causando la alarma del
vecindario y de todos los veraneantes, que contemplaban
además regularmente el paso continuo de camillas camino
del hospital y fallecidos que venían del mismo.

Una de las cuestiones planteadas era si licenciar a los
soldados recién llegados, habida cuenta de que eran los más
proclives a verse infectados por la gripe. ¿Se les debía alejar
de la población de origen, del núcleo familiar, a costa de
tenerlos hacinados entre otros enfermos? Ante la falta de
instalaciones para que fueran debidamente aislados y el
temor de que fueran agentes que multiplicaran la
propagación ¿se debía licenciar a los que parecieran sanos?
No se tomó una decisión global al respecto de manera que
había cuarteles que, incapaces de atender a los cientos de
afectados, los licenciaban y otros no. En cualquier caso y,
como se temía, los soldados aparentemente sanos no lo
estaban en realidad de manera que muchos de ellos, al llegar
a su pueblo de origen, extenderían incontroladamente la
epidemia.
Era tal la gravedad comparativa de lo que sucedía en
los cuarteles de toda España que la imaginación popular dio
en pensar que el culpable de todo lo que sucedía eran las
vacunas que se inyectaban a los nuevos quintos cuando
llegaban a su destino. Las autoridades militares advirtieron
que sólo se les proporcionaba en realidad la vacuna contra la
viruela, lo que originó otra serie de críticas ante la
inexistencia de protección frente a otras enfermedades
endémicas en la población española.
El rumor popular, persistente pese a todo, quedó
descartado desde las páginas de algunos periódicos, que se
hicieron eco de informes concluyentes: muchos soldados
llegaban habiendo sido vacunados en sus pueblos, otros lo

eran al llegar al cuartel, y no se apreciaba diferencia entre
ellos a la hora de ser afectados.
De manera que las críticas se volvieron casi en
exclusiva hacia las condiciones de vida en estos
establecimientos militares.
“Basta visitar la mayoría de nuestros cuarteles y
conocer cómo viven en ellos nuestros soldados
para explicarse la actual epidemia y todas las
epidemias posibles. ¿Pero es que en esos
caserones viejos, lóbregos, húmedos, nunca
soleados interiormente, donde, por falta de la
debida ventilación, el aire resulta siempre
ponzoñoso, donde se carece del agua suficiente
y del espacio necesario, puede haber higiene ni
confianza en guardar la salud del soldado
español?... ¿Y la desinfección? ¿Posee algún
regimiento español una estufa fija de Geneste y
Horscher? ¿Poseen lavadoras de platos? ¿Poseen
siquiera pulverizadores Vaillard? Pues si
ninguno posee estas pequeñas armas de
desinfección y los casones son viejos y el
hacinamiento enorme ¿a quién puede chocar la
preferencia de la actual epidemia, y de todas las
epidemias habidas y por haber, por los
soldados?”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario