miércoles, 23 de mayo de 2012

libro: la reacción social ante la gripe española parte 41


Los casos, como digo, se acumulan: 34 muertos al
día en Valladolid, 64 muertes registradas en Pamplona,
denuncias de que en Nava del Rey (Valladolid), el carro de
transporte de fallecidos hasta el cementerio es utilizado a su
vuelta, sin desinfectar, para llevar la cosecha de uva al lagar.
En Zorita los muertos permanecen días sin enterrar porque
nadie se atreve a hacerlo por temor al contagio.
En la primera quincena de octubre, transmitiéndose
con más dificultad la terrible situación de los pueblos, el
lugar más llamativo donde se cebó la epidemia fue la ciudad



de Barcelona. El día 6 se informaba de que numerosos
trenes de emigrantes procedentes de Francia, llegaban a la
estación central de modo que, como pasaba al principio en
la estación de Medina del Campo, los trabajadores
acampaban masivamente en las afueras de la estación
esperando el tren que les llevara a sus pueblos de origen

Mientras tanto, el servicio de tranvías funcionaba a
medio gas debido a las bajas en la empresa. El “ABC”
informaba escuetamente de las 610 defunciones habidas la
semana anterior en la ciudad. Teniendo en cuenta que lo
normal en otros años era de 235 fallecidos se cifraba en 375
los debidos a la gripe en esa semana.
Tres días después se hablaba de 225 enterramientos
en un solo día. Los cementerios estaban colapsados y
proponían turnos de entierro más ordenados porque los
féretros llegaban en cualquier momento, incluyendo la

noche. Se aconsejaba también que la comitiva despidiera el
duelo a las puertas de las parroquias por cuanto existía una
considerable aglomeración en el cementerio cuando
coincidían varios enterramientos a la vez. Eso sí,
oficialmente se afirmaba que la epidemia de gripe estaba
“estacionaria”.
En los siguientes cinco días se registraron 643
defunciones, cuando lo normal hubiera sido de 270. El día
15 de octubre se comunicaba el fallecimiento de 1.111
personas en los últimos seis días. Los datos escuetos no
pueden reflejar el temor de toda la población ante el paso
continuo de sepelios. Para entonces se habían dado
instrucciones a muchos pueblos de que las campanas no
tocaran a muerto y se sustituyeran por un solo redoble al
comienzo del día.
Mientras tanto, los médicos reiteraban una y otra vez
sus conocidas recetas de aislamiento del enfermo,
desinfección, reposo y buenos alimentos, algo que no estaba
al alcance de la mayoría de los pueblos. Estos pedían
insistentemente medios desinfectantes (formol y cloruro de
cal, sobre todo) y atención médica que apenas les llegaba.
Incluso se registraban enfrentamientos internos entre una
población aterrorizada y las autoridades municipales,
muchas de las cuales se negaban incluso a declarar el estado
de epidemia en su término.
Eso daba paso a distintas manifestaciones populares,
no sólo de indignación sino de búsqueda de remedios.
Aumentaron los casos en que actuaban curanderos, algunos

con nefastos resultados, además de las consabidas rogativas
a la Virgen o al santo local que congregaban a una numerosa
parte de la población multiplicando el contagio entre las
personas sanas que acudían. Incluso se vieron casos de
reacciones clericales airadas frente a las autoridades que
querían prohibir dichas aglomeraciones.
Como decíamos, Madrid sólo conoció, en la primera
quincena de octubre, casos en el cuartel de Carabanchel y en
diversos pueblos de la provincia. Sin embargo, se había
corrido el rumor desde el principio de que la epidemia de
gripe estaba motivada por la vacuna antivariólica recibida
por los soldados de reemplazo a su ingreso en los cuarteles.
Eso motivó una creciente resistencia a la vacunación contra
la viruela, que era obligatoria, registrándose incluso
encarcelamientos de ciudadanos que se negaban a ser
vacunados. Las repetidas llamadas de las autoridades
sanitarias y municipales asegurando la buena calidad de la
vacuna y su necesidad no bastaron para evitar un
recrudecimiento de la viruela en la provincia madrileña.
Algunos médicos seguían buscando en el laboratorio
la causa de la enfermedad. Cuando la vida rural se
desbordaba de cientos o miles de afectados y decenas de
muertos, las urgencias eran otras, pero no faltaban voces que
denunciaran la incapacidad médica para dar con el origen de
la epidemia y establecer un remedio realmente efectivo.






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